lunes, 20 de abril de 2015

RECORDANDO A MARINA FERRER

Nuestra socia de honor, Marina Ferrer, nos ha dejado recientemente. De improviso y de puntillas. Con la humildad con la que ella nos acompañaba en nuestras celebraciones. Con la que también se animó a participar en el Ocote que hace 15 años dedicamos a Romero en el vigésimo aniversario de su martirio. En estos tiempos y con los últimos acontecimientos, su aportación parece haber sido escrita hace una semanas....
Publicamos aquí sus palabras, como homenaje y recuerdo de su vivencia romera.

            ...Obispo y Mártir.....
            El pasado mes, me llegó una carta del Comité Cristiano de Solidaridad, invitándome a participar escribiendo algo sobre Monseñor Romero, ese excelente pastor que fue de la Iglesia Salvadoreña. Se acerca el XX aniversario de su asesinato mientras celebraba misa en una capilla de San Salvador.
            Muy gustosa lo haré, ¿cómo no? Si este buen hombre dejó huella en mí cuando lo conocí.
            Vivíamos allí, mi esposo y nuestros cuatro hijos, era 1978. Solíamos oir los domingos en la radio su voz, penetrante y cálida, era la misa dominical, que se transmitía desde la catedral. A él le llegaban las quejas de las barbaridades que se cometían por aquel entonces, desapariciones de jóvenes, de una misma familia padre e hijos.
            Llegaban a los cantones a las casitas los “escuadrones de la muerte” y se los llevaban, luego no sabían más de ellos o en ocasiones aparecían muertos, las familias no tenían dónde recurrir y acudían como paño de lágrimas a Monseñor Romero, por eso siempre se ha dicho que él era la voz de los que no tenían voz. Así el domingo en la homilía hacía la crítica de todo cuanto acaecía, nos parecía un hombre muy valiente, pues hablaba con toda claridad y amor que tenía a todas aquellas gentes sencillas y llenas de dolor.
            Un día de abril se anunció que el miércoles de ceniza vendría a nuestra parroquia a imponerla, era la Parroquia del Sagrado Corazón. Yo quise ir y así conocerlo personalmente, pues merecía la pena, y claro que mereció. Tenía una sonrisa y una mirada penetrante que sin querer te decía algo.Yo diría tenía un gran carisma. Cuando terminó el acto de la imposición de ceniza y nos dio su bendición pastoral, comenzó a salir por el pasillo central del templo, parándose antes de llegar a la puerta de salida porque los feligreses se le acercaban, querían tocarlo. Él a los niños los besaba, a sus madres les daba una palmada de afecto en la espalda, a los jóvenes un apretón de manos. Yo estaba a un ladito sobrecogida al contemplar aquel derroche de amor que demostraba a aquellas gentes.
            Corría el mes de marzo de 1980, la cosa estaba cada vez peor, disolvían manifestaciones a tiro limpio, cada vez más desapariciones. En la escalinata de la catedral mataron a varios jóvenes, -de verdad que lo pasamos muy mal- como también nuestros hijos mayores que veían tantísima injusticia en aquel país.
            En la tercera semana de marzo, oímos por última vez su homilía, sus palabras cargadas de angustia y amor hacia aquellas humildes gentes, con más fuerza e ímpetu que nunca, dirigiéndose a los soldados del ejército del gobierno, les dijo entre otras cosas: “Hermanos, no matéis a vuestros propios hermanos, en nombre de Dios les pido, les suplico, cese la represión”. Ya no lo oiríamos más.
            El 24 de marzo de 1980, a la noticia de “han matado a Monseñor Romero” todo San Salvador se consternó, no se podía creer lo que oíamos. Desde la calle lo apuntaron, él estaba celebrando misa en el altar mayor de una capilla donde siempre acudía. ¡Buen francotirador tuvo que ser para apuntarlo a distancia en el propio corazón! Amigos míos, hace XX años y aún ruedan unas lágrimas sobre mis mejillas al recordarlo.
            De todas las aldeas y cantones, barrios de San Salvador, acudían el día de su funeral, habían matado al Padre Bueno, a Monseñor Romero, iban a rendirle su último homenaje.
            No sé si alguna vez lo canonizarán pero... estoy segura que en San Salvador, toda la gente sencilla y de bien, lo tiene ya como santo y nunca lo olvidarán.
Marina Ferrer. Zaragoza.


(Publicado en el documento “Monseñor Óscar A. Romero ¡Nadie hará callar tu última homilía!”, Documentos del Ocote Encendido nº 7, marzo 2000)

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