Chano Ama, primero capturado y luego colgado |
Tony
Segovia /Comité Romero Aragón.
Cerca
de la media noche del viernes 22 de enero de 1932, cientos de
indígenas salvadoreños, mayoritariamente de la etnia pipil, armados apenas de
piedras, palos y machetes, se tomaron los principales cuarteles de
los pueblos y ciudades del oeste del país.
Era
un ejército de hambrientos que iban descalzos y apenas vestidos con
harapos los que pusieron en jaque a la incipiente dictadura del
general Maximiliano Hernández Martínez. La rebelión, cuyo
epicentro fue el pueblo de Izalco, estaba encabezada por su líder,
José Feliciano Ama y, probablemente, planificado por Farabundo Martí
y sus cercanos que habían sido capturados días antes.
La
insurrección indígena, tuvo varias causas, pero las dos principales
fueron: la falta de tierra, en manos de pocas familias, y los
paupérrimos jornales que, según los dueños de la tierra, se había
originado por culpa del crack del 29 estadounidense que había hecho
caer en picada los precios del principal producto de exportación: el
café.
El
estallido social ya se venía venir. Unos meses antes había habido
conatos de violencia, a raíz de que el General Martínez se había
hecho con el gobierno mediante un golpe de Estado. Este anuló las
elecciones que, no hacía mucho, había ganado el Partido Comunista
Salvadoreño (PCS), de cuyo máximo líder, Farabundo Martí, eran
simpatizantes la mayoría de los rebeldes.
El
PCS llevaba en su oferta electoral una reforma agraria que iba a
permitir distribuir las tierras ejidales; tierras que, pasada la
independencia de 1821, los pocos y nuevos dueños de El Salvador, se
habían repartido casi en su totalidad.
El
acceso a la tierra había sido un problema para las comunidades
indígenas desde la invasión española. Unos 100 años antes del
etnocidio en mención, cuando la República de El Salvador aun no
cumplía 10 años de vida, ante la falta de tierras, el indio Anastasio Aquino y su ejército
de nonualcos, en reclama se habían alzado en armas en la zona paracentral del país contra los “próceres” de la
independencia. Al cabo de algunas semanas los nonualcos fueron
derrotados y su líder ejecutado.
Cuando se cumplieron 50 años de la rebelión nonualca en mayo 1881, el parlamento salvadoreño aprobó el acuerdo legislativo de febrero de ese mismo año en el que se eliminaba, (como dice el lingüista e historiador salvadoreño Jorge Lemus en su libro El Pueblo Pipil y su Lengua. De vuelta a la Vida) de un plumazo las pocas tierras comunales que aun gozaban algunos indígenas, porque en franco acto de racismo, los diputados conservadores, aseguraban que "los indígenas impedían el desarrollo agrícola del país". El siguiente año el presidente Rafael Zaldivar hizo que la ley entrara en vigencia.
Ya en
la alborada de los años 30 del siglo pasado, es decir, un siglo
después de los nonualcos, el problema no solo seguía siendo el
mismo, sino que se había agravado. La población rural vivía en la
miseria; en las ciudades el desempleo era altísimo, el analfabetismo
en las clases populares rondaba el 90% y la esperanza de vida no
superaba los 40 años. El salario de un campesino se pagaba en
especie, y consistía en 2 tortillas de maíz y un puñado de
frijoles cada día. Las condiciones de los campesinos e indígenas
contrastaban con la parafernalia en la que vivía la oligarquía.
El
economista salvadoreño Rafael Menjivar Larín, (Santa Ana 1935-
Costa Rica 2000), Doctor Honoris Causa de la universidad de
Barranquilla, Colombia, en su libro Acumulación Originaria y
Desarrollo del Capitalismo en El Salvador, editado en 1980 por
EDUCA, explica que los niveles de ingresos de la oligarquía,
producto del crack del 29, no solo se mantuvieron, sino que incluso,
en algunos casos, habían aumentado. La crisis agrandaba la brecha
entre ricos y pobres, y lucha de clases empezaba a vislumbrarse
seriamente en El Salvador.
Para
el sábado 23 de enero de 1932, el occidente del país había
amanecido tomado por los insurrectos y con los militares de la
dictadura derrotados. La población civil fue convocada a las
principales plazas de sus pueblos para proclamar la libertad y elegir
popularmente, y por primera vez en su historia, a sus alcaldes de
origen indígena y campesino. La tierra, IV siglos después, volvía
a ser comunal.
El alcalde, Fco. Sánchez antes de ser fusilado |
Pero
la libertad duró poco. Dos días después, la dictadura, que era
descomunalmente superior en armas, militares y demás recursos
aportados por los terratenientes, hizo retroceder a los rebeldes, y
unos 4 días después finalmente fueron derrotados.
Los
muertos, hasta la primera semana después del levantamiento, habían
sido unos cientos, pero la brutal represión (bendecida por la
iglesia católica) que llegó posteriormente, culminó en una
auténtica cacería de brujas que dejó como saldo más de 35 mil
muertos. La mayoría eran indígenas que poco o nada tenían que ver
con la rebelión.
Feliciano
Ama fue capturado y colgado antes del 2 de febrero en la plaza de la
Iglesia de la Asunción de su pueblo natal, Izalco. Ese mismo día se
dio orden a todo el pueblo, so pena de muerte, de ir a apalear el
cadáver en la soga. El que no lo hizo fue considerado colaborador.
Casi simultáneamente al ahorcamiento de Ama, Farabundo Martí estaba
siendo fusilado en el muro norte del cementerio general de San
Salvador.
Como
según el dictador Martínez, la conspiración indígena se había
hecho en lengua náhuat,
mandó a prohibirla junto a las otras lenguas nativas. Quedó también
prohibido celebrar todos los rituales ancestrales y portar machete en
la vía pública. Ser indígena y mayor de 14 años, o parecerlo,
conllevaba un grave riesgo. La población negra que para esa época
ya era muy reducida, y que no había participado en la insurrección,
también fue
proscrita. El pueblo lenca asentado en el noroeste del país,
ignorante de la situación, igualmente
sufrió la represión.
Con
la dictadura de Martínez prácticamente desapareció la cultura
pipil y El Salvador cambió para siempre. Actualmente, los mestizos
que son cerca del 90% del total de la población, y la mayoría con
rasgos indígenas, se sienten avergonzados de su origen; los
indígenas de origen pipil y lenca no llegan al 1% y los
nahuahablantes no superan la media docena. Del resto, que son blancos
europeos, buena parte pertenecen a la clase dominante.
La
humillación de los pueblos originarios no terminó con el etnocidio
de 1932, puesto que los vencedores, descendientes de los que por
siglos han mancillado a los indígenas, están actualmente
representados en el partido de ultra derecha, ARENA, que lanza
siempre su inicio de campaña electoral en Izalco, como símbolo de
la victoria de los “”demócratas”” sobre los “”comunistas””
y del “”bien”” contra el “mal”.
A
mis tíos-abuelos, a Chano Ama, a Francisco Sánchez, Farabundo
Martí, Luna, a sus familiares, a los que ese día tomaron el cielo
por asalto y a los pueblos originarios del mundo que luchan por su
liberación, va este recuerdo.
Zaragoza,
España, 2018
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