Por Juan José Tamayo.
Poco más de un de un mes antes de ser asesinado, al enterarse por
la prensa nacional de que Estados Unidos estaba estudiando la posibilidad de
enviar ayuda económica y militar a la Junta de Gobierno de El Salvador, Romero
escribió una carta al presidente de Estados Unidos, Jimmy Carter, en la que le
expresaba su preocupación por que el Gobierno de los Estados Unidos estuviera
estudiando la manera de favorecer la carrera armamentística de El Salvador con
el envío de equipos militares y asesores. Si tal información se confirmara,
escribe Romero, la medida de Estados Unidos “en lugar de favorecer una mayor
justicia y paz en El Salvador agudiza sin duda la injusticia y la represión
contra el pueblo organizado que muchas veces ha estado luchando por que se
respeten sus derechos humanos más fundamentales”.
El
arzobispo de San Salvador acusaba a la Junta de Gobierno, las Fuerzas Armadas y
los Cuerpos de Seguridad de El Salvador de que “solo han recurrido a la
violencia represiva produciendo un saldo de muertos y heridos mucho mayor que
los regímenes militares recién pasados”. Por eso pedía a Jimmy Carter que
prohibiera dar dicha ayuda militar al Gobierno salvadoreño y que “su Gobierno
no intervenga directa o indirectamente con presiones militares, económicas,
diplomáticas, etc. en determinar el destino del pueblo salvadoreño”.
Citando
la Conferencia Episcopal Latinoamericana de Puebla, Romero consideraba
deplorable e injusta la intromisión de potencias extranjeras en la trayectoria
económica y política del país y reclamaba el derecho a la legítima
autodeterminación. Dado su elevado nivel de concientización y organización,
creía que el pueblo era el único capaz de superar la crisis en la que se
encontraba el país y de asumir la gestión responsable del futuro de El Salvador.
Numerosas fueron las muestras de solidaridad con la Carta que
llegaron de diversos sectores del pueblo y de la Iglesia, entre ellos
religiosas y sacerdotes que trabajaban pastoralmente en El Salvador y varios
obispos latinoamericanos que expresaron a Romero su apoyo por dicho gesto de
protesta, así como su solidaridad ante la destrucción de la emisora de la
archidiócesis.
La carta fue calificada de “devastadora” por un miembro del
Gobierno de Estados Unidos. Calificativo que fue respondido por Romero diciendo
que “no he querido devastar, sino simplemente, en nombre del pueblo, pedir lo
que ya gracias a Dios parece ha hecho abrir los ojos a Estados Unidos”. Jimmy
Carter le respondió con una larga misiva en la que justificaba su apoyo a la
Junta porque “ofrece las mejores perspectivas” y afirmaba que “la mayor parte
de la ayuda económica será en beneficio de los más necesitados”.
No obstante, en la “ayuda militar, Estados Unidos reconoce
desafortunadas actuaciones que ocasionalmente han tenido las Fuerzas Armadas en
el pasado”. Y dirigiéndose a Romero Carter afirma: “Nos preocupa tanto como a
Usted que no sea usado ese subsidio en forma represiva y que se trata de
mantener el orden con un uso mínimo de fuerza letal”. La carta de Carter se
refería a la necesidad de un ambiente menos beligerante y de menor
confrontación y aseveraba que los Estados Unidos no interferirían en los
asuntos internos de El Salvador. Mencionaba, además, la amenaza de guerra civil
que presenta como alternativa a las reformas del Gobierno.
Romero dio a conocer el contenido de la carta de Carter en la
homilía del 16 de marzo de 1980 y también su valoración. Le parecía un juicio
político discutible decir que la Junta de Gobierno de el salvador ofrecía
mejores perspectivas. Sobre la injerencia de Estados Unidos en los asuntos de
El Salvador, el comentario del arzobispo no podía ser más expresivo: “Esperamos
que los hechos hablen mejor que las palabras”. Sobre la alternativa de guerra
civil a las reformas de la Junta a la que se refería el Presidente estadounidense
como amenaza, Romero creía que su tendencia era a crear psicosis, que no había
que estar impresionados por una próxima guerra civil y que había otras
alternativas racionales que era necesario buscar.
Sobre la ayuda militar reclamaba una severa vigilancia “para que
no redunde en represión de nuestro pueblo. Y esto es evidente porque la postura
de la Fuerza Armada se ha ido, cada vez más, haciendo pro-oligárquica y
brutalmente represiva”.
La Carta de Monseñor Romero a Jimmy Carter demuestra que la
denuncia profética del arzobispo de San Salvador no solo se dirigía al poder
político, económico, militar y paramilitar de su país, sino que apuntaba al
corazón mismo del Imperio norteamericano en la persona de su Presidente.
(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos,
indicando su procedencia)
*Director de
la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones “Ignacio Ellacuría” de la
Universidad Carlos III de Madrid y director de la obra colectiva “San Romero de
América, Mártir de la Justicia” (Tirant Lo Blanch, València, 2015)
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