sábado, 23 de mayo de 2015

SI ME MATAN RESUCITARÉ EN EL PUEBLO SALVADOREÑO


Fernando Bermúdez

Multitudes de todos los rincones de El Salvador y del resto de Centroamérica peregrinan y oran ante la tumba de Monseñor Romero. Una energía misteriosa emana de su sepulcro. Han transcurrido 35 años de su muerte y hoy se le siente más vivo que nunca. ¿Qué tiene este hombre que sigue despertando la esperanza de todo un pueblo y sobre todo de  los pobres y los jóvenes?

Fue un 24 de marzo de 1980. El arzobispo Oscar Romero celebraba la Eucaristía en la iglesia de un hospitalito de enfermos terminales  cundo una bala en el corazón acabó con su vida. Su sangre se unió a la sangre de Cristo y su cuerpo roto al del Crucificado y a los crucificados de su pueblo. Romero mezcló su sangre con lade tantos hombres y mujeres masacrados. Fue consciente de que así terminaría su vida, asesinado por las fuerzas oscuras del poder económico y militar. El autor intelectual del crimen fue un alto jefe del ejército salvadoreño, fanático católico anticomunista.

El delito del obispo Romero fue defender el  derecho a la vida de los pobres frente a la poderosa clase oligárquica, insensible ante el hambre y el sufrimiento del pueblo, y frente a un gobierno que asesinaba y masacraba a poblaciones enteras. Romero fue conciencia crítica en la sociedad. Su palabra incomodó a los poderosos. Es por eso que, al igual que Jesús de Nazaret, fue injuriado, amenazado, perseguido y asesinado. Decía: “Una iglesia que no se une a los pobres para hablar en contra de las injusticias que se cometen contra ellos, no es verdadera iglesia de Jesucristo”.

Los poderosos creyeron que con matar al arzobispo Romero acabarían con su palabra,esa palabra que fue  consuelo y esperanza del pueblo  salvadoreño. “Mi voz desaparecerá, pero mi palabra que es Cristo, quedará en los corazones que lo hayan querido acoger”, decía. 

Cuando predicaba en la Catedral se transformaba. En sus homilías afloraban los más hondos sentimientos de su corazón de pastor: la compasión y la indignación, el dolor y el gozo. Decía: “Mis homilías son la voz de este pueblo, la voz de los que no tienen voz.” Durante sus homilías todo el país permanecía en silencio, pegado a la radio, escuchando su palabra profética. Su mensaje poseía una fuerza irresistible. Era Dios quien hablaba a través de él.

En varias ocasiones los enemigos del pueblo colocaron bombas en la emisora de la Iglesia para apagar su voz; y recibía amenazas de muerte. Pero él decía: “Como Pastor, estoy obligado, por mandato divino, a dar la vida por aquellos que amo, que son todos los salvadoreños incluso a aquellos que vayan a asesinarme… Si me matan,resucitaré en el pueblo”. Y en otro momento dijo: “Si llegasen a matarme, sepan que perdono y bendigo a quienes lo hagan…Un obispo morirá, pero la iglesia de Dios, que es el pueblo, no perecerá jamás”.

Después de 35 años, monseñor Oscar Romero sigue vivo no solo en el pueblo salvadoreño,sino en toda América latina y en la Iglesia universal, haciendo renacer en cada corazón que escucha su palabra, el compromiso por la justicia, la solidaridad yla esperanza en un mundo más humano. Este 23 de mayo será beatificado, aunque en América Latina el pueblo ya lo hizo santo desde su muerte martirial, proclamándolo “San Romero de América”. Sus palabras “Si me matan resucitaré en el pueblo salvadoreño” se están cumpliendo. Jóvenes que no le conocieron se entusiasman con su mensaje de fe y de compromiso en la defensa de los Derechos Humanos y en la lucha por otro mundo de justicia y fraternidad.  

El obispo Samuel Ruiz, en la homilía conmemorativa del 30 aniversario dijo: “Dios lo premió con la palma del martirio y acogió con agrado  su sacrificio colocándolo al lado de la cruz de Jesús. Y Dios, que cumple sus promesas, lo ha resucitado ya en las luchas y en el caminar del pueblo salvadoreño, del pueblo latinoamericano yd e los pueblos solidarios del mundo”.

El Presidente de la República salvadoreña, Sánchez Cerén, antiguo comandante guerrillero, expresó: “Oscar Romero es el guía espiritual de la nación salvadoreña”.

Quienes pretendieron callar su voz,  nunca se imaginaron que monseñor Romero resucitaría en el corazón de cada hombre y mujer comprometidos  con la causa de Jesús y  la construcción de una nueva humanidad.

Los poderosos mataron al arzobispo Oscar Arnulfo Romero, pero resucitaron a un santo, San Romero de América, Pastor, Profeta y Mártir, símbolo de una Iglesia comprometida con la justicia y la defensa de los pobres de la tierra.

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