1.
AL
FRENTE DE UNA IGLESIA PERSEGUIDA
Cuando
Monseñor Romero es colocado al frente de la archidiócesis de San Salvador, el
país vive ya una clara situación de represión y existe una no menos clara
persecución a los sectores más comprometidos de la iglesia salvadoreña.
El
8 de febrero de 1977, es nombrado el nuevo arzobispo Oscar Arnulfo Romero. Hay
una acogida entusiasta de parte de la iniciativa privada y de la prensa
pensando que iba a inaugurar una pastoral puramente espiritual y desencarnada
de los problemas e injusticia y opresión que sufría el pueblo.
El
22 de marzo de 197 es asesinado el padre Rutilio Grande junto con un campesino
y un niño. El padre Grande anunciaba y
vivía a Dios inmerso en el mundo de la marginación “Dios –acostumbra a decir en
sus sermones- no está en las nubes acostado en una hamaca, a Él le importa que
las cosas les vayan mal a los pobres por aquí abajo”.
Él
animó a los campesinos a organizarse y a reclamar sus derechos. En dicha tarea contó con el apoyo de otros
sacerdotes de la zona. La reacción de
los terratenientes, del ejército y del gobierno no se hizo esperar. Empezaba la persecución contra la iglesia
salvadoreña.
(“San
Romero de América, mártir de la justicia” – página 40)
La
reacción eclesial y el clamor popular no se hicieron esperar. Monseñor pidió inmediatamente al presidente
una investigación sobre los hechos.
Monseñor Romero rehusó así mismo a participar en cualquier ceremonia
oficial del gobierno mientras no se aclare esta situación.
Oscar
Romero delante del cadáver del padre Rutilio, del anciano y del joven dijo: “Si
le han asesinado por lo que hizo yo tengo que seguir el mismo camino. Rutilio me ha abierto los ojos”.
Al
mismo tiempo puso en marcha un Comité permanente para velar por la situación de
los derechos humanos. Ordenó el cierre
de las escuelas y colegios católicos por tres días, y canceló todos los
servicios religiosos del domingo 20 de marzo, reduciéndolos a una sola misa que
fue celebrada por él delante de la catedral de San Salvador y a la que
asistieron unas cien mil personas.
Él
mismo, Monseñor Romero aludió más tarde en varias ocasiones a la conversión que
para él había significado la muerte de Rutilio.
2. MAESTRO DE LA VERDAD AL SERVICIO DE
LA JUSTICIA
La
figura de monseñor Romero empezó a crecer a nivel internacional mientras la
oligarquía y los terratenientes salvadoreños multiplicaban sus ataques
virulentos y enfurecidos contra él y sus curas comunistas.
Continuaron
los encarcelamientos, las torturas, y los asesinatos de los sacerdotes,
religiosos, líderes de comunidades cristianas y activistas de derechos
humanos. Se radicalizó le represión
generalizada contra la iglesia de los pobres.
Se saboteó la emisora del arzobispado, se pusieron bombas en la revista
Orientación de la archidiócesis, se produjeron atentados contra la universidad
UCA.
Muchas
instituciones, grupos y personas del mundo entero sensibles al sufrimiento de
aquél pequeño país centroamericano, comenzaron a ver en Romero al símbolo de un
nuevo humanismo y de una iglesia comprometida con el pueblo.
La
Universidad de Georgetown, de los Estados Unidos, decidió investirlo en Letras
Humanas Honoris Causa. Este
reconocimiento internacional a su labor pastoral y defensa de los derechos
humanos se iría luego ampliando con la candidatura de Premio Nobel de la Paz y
la concesión del premio Paz 1980, entre otros.
El
acto de investidura se celebró en la catedral de San Salvador, donde se dieron
la mano grandes académicos norteamericanos y una gran multitud de gente
humilde, y campesinos analfabetos. Fue
algo entrañable, el reconocimiento de la verdad y clarividencia de los
pobres. Monseñor empezó a ser
comprendido no sólo como pastor bueno, sino también como hombre lúcido y brillante,
capaz de leer críticamente la situación histórica de su pueblo.
Este
reconocimiento como todos los que recibió más tarde quiso atribuírselos a su
pueblo y le sirvieron únicamente para proclamar al mundo entero la verdad de su
pueblo y seguir reclamando para sus pobres justicia y libertad.
“Para
mí, pues, el noble y generoso gesto de la Universidad Georgetown, al concederme
su máximo honor académico de doctor Honoris Causa en Letras Humanas, tiene
estas cuatro dimensiones que con mi iglesia y con mi pueblo, agradezco con
gratitud inmortal:
-
Es un sólido apoyo a la causa de los
derechos humanos.
-
Es un reconocimiento a todos los
colaboradores de esa causa.
-
Es una solidaridad de consuelo y
esperanza para con todos los que sufren el atropello de su libertad y de su
dignidad.
-
Y es un eco de la denuncia y de la
llamada a la conversión.
3.
PLENAMENTE
IDENTIFICADO CON EL PUEBLO
A
lo largo del año 1978, la mayoría de la población salvadoreña, respaldada por
innumerables organizaciones e instituciones internacionales, pidió
insistentemente al gobierno la amnistía general para los presos políticos.
Huelga
decir que monseñor apoyó reiteradamente esta petición popular por todos los
medios. En el mismo sentido dirigió,
juntamente con 84 de sus sacerdotes, una carta al presidente de la Asamblea
legislativa.
Nada
se pudo conseguir y el 20 de enero caía asesinado otro sacerdote junto con 4
jóvenes cristianos.
El
presidente Romero declaraba en México que en El Salvador no había persecución
en la iglesia, ni existían desaparecidos o reos políticos; y dentro del país,
las organizaciones de la extrema derecha prodigaban las calumnias y acusaciones
contra monseñor.
Ante
tanta insolencia, monseñor grita “¡Ya basta!”
El
conflicto entre arzobispado y gobierno-oligarquía no puede ser más agudo. Pero monseñor da muestras de una enorme
lucidez al situar ese conflicto en referencia a la causa popular. El conflicto no es entre gobierno e iglesia,
sino entre gobierno y pueblo, y la iglesia está con el pueblo.
Definida
así su posición, sus enseñanzas se van haciendo cada vez más densas y
precisas. Palabra de Dios y realidad
nacional, en magnífica síntesis e interpretación, se convierten en los dos
pilares sólidos de sus homilías, que sirven para iluminar y orientar a un
pueblo cada vez más destrozado.
“Qué
sencillo es ser obispo con este pueblo”
“Los
pobres han marcado el verdadero camino de la iglesia”
“El
pueblo es mi Pastor, mi Profeta”.
“La
Iglesia tiene que estar al lado de quienes más sufren”
“Nada
hay más importante para la iglesia que la vida humana, la persona humana. Sobre todo la persona de los pobres y
oprimidos”
“Nosotros
podríamos llegar a decir la Gloria de Dios es el pobre que vive”
4. SIGUIENDO PASO A PASO LAS DIVERSAS
COYUNTURAS DEL PROCESO
Monseñor
va a seguir minuciosamente la trayectoria de la nueva coyuntura, atento a los
hechos más que a las palabras, reflejando una admirable criterio de
discernimiento político: el pueblo oprimido y sus intereses. Desde ahí, analizando día a día la situación,
seguirá fustigando a la oligarquía cuestionando críticamente a la junta y
orientando sabiamente al pueblo y sus organizaciones.
Ellacuría
le facilitaba los elementos de análisis para un mejor conocimiento de la
realidad sociopolítica salvadoreña y para una acción transformadora. Ellacuría acostumbraba a decir: “Con Monseñor
Romero, Dios paso por El Salvador”.
Jon
Sobrino le proporcionaba las claves para una interpretación teológica de la
realidad y para una praxis liberadora en el infierno de la muerte en que se
había convertido el país
En
sus homilías, primero, hace una descripción detallada de los hechos con toda
crudeza y realismo, la mayoría de las veces dramáticos y luctuosos, sucedidos
durante la semana (violación de los derechos humanos, asesinatos, torturas,
secuestros, desapariciones, violencia sistemática contra el pueblo indefenso,
persecución de sacerdotes, amenazas de muertes contra el propio arzobispo).
Segundo,
hace un juicio profético de la situación, con la consiguiente condena de quienes
ejercen la represión contra el pueblo.
Ofrece una interpretación liberadora de los textos bíblicos leídos
teniendo en cuenta como criterios: la dignidad de la persona que es negada en
el caso de las personas y los colectivos empobrecidos asesinados y torturados.
Conforme
a estos criterios valora la actividad del gobierno, la actuación del ejército,
el comportamiento de los grupos de extrema derecha, los programas de las
organizaciones populares y de cuantos colectivos intervienen en la esfera
político nacional.
Tercero,
la llamada a la conversión personal y a la liberación colectiva, que debe
materializare en un cambio de actitudes personales y en transformaciones
estructurales profundas orientadas a la erradicación de la pobreza y de la
injusticia y a la mejora de las condiciones de vida de los sectores más
vulnerables de la sociedad salvadoreña.
Son
constantes en sus homilías las llamadas a la reconciliación. Sus homilías nunca justifican la violencia
revolucionaria como respuesta a la violencia institucional del sistema. Romero distingue perfectamente las fuerzas
populares de los grupos guerrilleros.
(“San
Romero de América” página 49)
5.
HASTA
DAR LA VIDA POR LOS POBRES DE SU PUEBLO
Sin
el apoyo del Vaticano, con el desafecto del gobierno, los ataques de la
oligarquía, y bajo la amenaza permanente del ejército y de los grupos de
extrema derecha lo que vino después no podía ser otra cosa que la crónica de
una muerte anunciada.
La
fuerza que iba tomando su palabra de denuncia y de esperanza hizo que sus
enemigos empezaran a tramar su muerte. No les bastaba ya las calumnias, y la
difamación continua, las burdas ofensas en su prensa y en su medio de
comunicación social y decidieron pasar a la acción sanguinaria, la muerte de la
voz de los sin voz.
Monseñor
sabía que esto iba a ocurrir. Pudo
haberse protegido con medidas de seguridad, pero ni las pidió ni las aceptó,
porque su pueblo –sus pobres- tampoco las tenía. Así, ratificó de forma inapelable su
identificación y opción por los pobres, por su pueblo explotado y reprimido,
indefenso y asesinado cada día.
Durante
los 3 años de arzobispado de San Salvador tuvo que presidir numerosos funerales
por sacerdotes, catequistas, líderes religiosos y activistas sociales que eran
asesinados por los escuadrones de la muerte y por el ejército salvadoreño y
solía afirmar: “Me toca ir recogiendo cadáveres”.
El
mismo Romero fue profético cuando unos días antes de morir, declaraba a un
periodista que le preguntó por su reacción ante las amenazas de muerte que recibía y le contestó: “Si me matan
resucitaré en el pueblo salvadoreño, un obispo morirá, pero la iglesia de Dios,
que es el pueblo, no perecerá jamás”.
Fue
asesinado por haber ejemplificado con su vida y su testimonio, con hechos y con
palabras, los valores morales de la justicia en un país donde reinaba la
injusticia estructural; de la paz en un país donde reinaba la violencia
institucional; de la solidaridad, en un país donde las mayorías populares
sufrían la pobreza y la marginación social; de la vida, en un país donde la
vida de los pobres carecía de valor y se podía prescindir de ella impunemente.
(“Oscar
Romero obispo de los pobres” página 51)
Vídeo:
“Homilía del 3 de marzo”
No hay comentarios:
Publicar un comentario