jueves, 16 de julio de 2015

TESTIGO DE LA VERDAD: OSCAR ROMERO

   1.    AL FRENTE DE UNA IGLESIA PERSEGUIDA

Cuando Monseñor Romero es colocado al frente de la archidiócesis de San Salvador, el país vive ya una clara situación de represión y existe una no menos clara persecución a los sectores más comprometidos de la iglesia salvadoreña.
El 8 de febrero de 1977, es nombrado el nuevo arzobispo Oscar Arnulfo Romero. Hay una acogida entusiasta de parte de la iniciativa privada y de la prensa pensando que iba a inaugurar una pastoral puramente espiritual y desencarnada de los problemas e injusticia y opresión que sufría el pueblo.
El 22 de marzo de 197 es asesinado el padre Rutilio Grande junto con un campesino y un niño.  El padre Grande anunciaba y vivía a Dios inmerso en el mundo de la marginación “Dios –acostumbra a decir en sus sermones- no está en las nubes acostado en una hamaca, a Él le importa que las cosas les vayan mal a los pobres por aquí abajo”.
Él animó a los campesinos a organizarse y a reclamar sus derechos.  En dicha tarea contó con el apoyo de otros sacerdotes de la zona.  La reacción de los terratenientes, del ejército y del gobierno no se hizo esperar.  Empezaba la persecución contra la iglesia salvadoreña.  
(“San Romero de América, mártir de la justicia” – página 40)
La reacción eclesial y el clamor popular no se hicieron esperar.  Monseñor pidió inmediatamente al presidente una investigación sobre los hechos.  Monseñor Romero rehusó así mismo a participar en cualquier ceremonia oficial del gobierno mientras no se aclare esta situación.
Oscar Romero delante del cadáver del padre Rutilio, del anciano y del joven dijo: “Si le han asesinado por lo que hizo yo tengo que seguir el mismo camino.  Rutilio me ha abierto los ojos”. 
Al mismo tiempo puso en marcha un Comité permanente para velar por la situación de los derechos humanos.  Ordenó el cierre de las escuelas y colegios católicos por tres días, y canceló todos los servicios religiosos del domingo 20 de marzo, reduciéndolos a una sola misa que fue celebrada por él delante de la catedral de San Salvador y a la que asistieron unas cien mil personas.
Él mismo, Monseñor Romero aludió más tarde en varias ocasiones a la conversión que para él había significado la muerte de Rutilio.



2.    MAESTRO DE LA VERDAD AL SERVICIO DE LA JUSTICIA
La figura de monseñor Romero empezó a crecer a nivel internacional mientras la oligarquía y los terratenientes salvadoreños multiplicaban sus ataques virulentos y enfurecidos contra él y sus curas comunistas.
Continuaron los encarcelamientos, las torturas, y los asesinatos de los sacerdotes, religiosos, líderes de comunidades cristianas y activistas de derechos humanos.  Se radicalizó le represión generalizada contra la iglesia de los pobres.  Se saboteó la emisora del arzobispado, se pusieron bombas en la revista Orientación de la archidiócesis, se produjeron atentados contra la universidad UCA.
Muchas instituciones, grupos y personas del mundo entero sensibles al sufrimiento de aquél pequeño país centroamericano, comenzaron a ver en Romero al símbolo de un nuevo humanismo y de una iglesia comprometida con el pueblo. 
La Universidad de Georgetown, de los Estados Unidos, decidió investirlo en Letras Humanas Honoris Causa.  Este reconocimiento internacional a su labor pastoral y defensa de los derechos humanos se iría luego ampliando con la candidatura de Premio Nobel de la Paz y la concesión del premio Paz 1980, entre otros.
El acto de investidura se celebró en la catedral de San Salvador, donde se dieron la mano grandes académicos norteamericanos y una gran multitud de gente humilde, y campesinos analfabetos.  Fue algo entrañable, el reconocimiento de la verdad y clarividencia de los pobres.  Monseñor empezó a ser comprendido no sólo como pastor bueno, sino también como hombre lúcido y brillante, capaz de leer críticamente la situación histórica de su pueblo.
Este reconocimiento como todos los que recibió más tarde quiso atribuírselos a su pueblo y le sirvieron únicamente para proclamar al mundo entero la verdad de su pueblo y seguir reclamando para sus pobres justicia y libertad. 
“Para mí, pues, el noble y generoso gesto de la Universidad Georgetown, al concederme su máximo honor académico de doctor Honoris Causa en Letras Humanas, tiene estas cuatro dimensiones que con mi iglesia y con mi pueblo, agradezco con gratitud inmortal:
-         Es un sólido apoyo a la causa de los derechos humanos.
-         Es un reconocimiento a todos los colaboradores de esa causa.
-         Es una solidaridad de consuelo y esperanza para con todos los que sufren el atropello de su libertad y de su dignidad.
-         Y es un eco de la denuncia y de la llamada a la conversión.

























3.    PLENAMENTE IDENTIFICADO CON EL PUEBLO
A lo largo del año 1978, la mayoría de la población salvadoreña, respaldada por innumerables organizaciones e instituciones internacionales, pidió insistentemente al gobierno la amnistía general para los presos políticos.
Huelga decir que monseñor apoyó reiteradamente esta petición popular por todos los medios.  En el mismo sentido dirigió, juntamente con 84 de sus sacerdotes, una carta al presidente de la Asamblea legislativa.
Nada se pudo conseguir y el 20 de enero caía asesinado otro sacerdote junto con 4 jóvenes cristianos.
El presidente Romero declaraba en México que en El Salvador no había persecución en la iglesia, ni existían desaparecidos o reos políticos; y dentro del país, las organizaciones de la extrema derecha prodigaban las calumnias y acusaciones contra monseñor.
Ante tanta insolencia, monseñor grita “¡Ya basta!”
El conflicto entre arzobispado y gobierno-oligarquía no puede ser más agudo.  Pero monseñor da muestras de una enorme lucidez al situar ese conflicto en referencia a la causa popular.  El conflicto no es entre gobierno e iglesia, sino entre gobierno y pueblo, y la iglesia está con el pueblo.
Definida así su posición, sus enseñanzas se van haciendo cada vez más densas y precisas.  Palabra de Dios y realidad nacional, en magnífica síntesis e interpretación, se convierten en los dos pilares sólidos de sus homilías, que sirven para iluminar y orientar a un pueblo cada vez más destrozado.

“Qué sencillo es ser obispo con este pueblo”
“Los pobres han marcado el verdadero camino de la iglesia”
“El pueblo es mi Pastor, mi Profeta”.
“La Iglesia tiene que estar al lado de quienes más sufren”
“Nada hay más importante para la iglesia que la vida humana, la persona humana.  Sobre todo la persona de los pobres y oprimidos”
“Nosotros podríamos llegar a decir la Gloria de Dios es el pobre que vive”

4.    SIGUIENDO PASO A PASO LAS DIVERSAS COYUNTURAS DEL PROCESO
Monseñor va a seguir minuciosamente la trayectoria de la nueva coyuntura, atento a los hechos más que a las palabras, reflejando una admirable criterio de discernimiento político: el pueblo oprimido y sus intereses.  Desde ahí, analizando día a día la situación, seguirá fustigando a la oligarquía cuestionando críticamente a la junta y orientando sabiamente al pueblo y sus organizaciones.
Ellacuría le facilitaba los elementos de análisis para un mejor conocimiento de la realidad sociopolítica salvadoreña y para una acción transformadora.  Ellacuría acostumbraba a decir: “Con Monseñor Romero, Dios paso por El Salvador”.
Jon Sobrino le proporcionaba las claves para una interpretación teológica de la realidad y para una praxis liberadora en el infierno de la muerte en que se había convertido el país
En sus homilías, primero, hace una descripción detallada de los hechos con toda crudeza y realismo, la mayoría de las veces dramáticos y luctuosos, sucedidos durante la semana (violación de los derechos humanos, asesinatos, torturas, secuestros, desapariciones, violencia sistemática contra el pueblo indefenso, persecución de sacerdotes, amenazas de muertes contra el propio arzobispo).
Segundo, hace un juicio profético de la situación, con la consiguiente condena de quienes ejercen la represión contra el pueblo.  Ofrece una interpretación liberadora de los textos bíblicos leídos teniendo en cuenta como criterios: la dignidad de la persona que es negada en el caso de las personas y los colectivos empobrecidos asesinados y torturados.
Conforme a estos criterios valora la actividad del gobierno, la actuación del ejército, el comportamiento de los grupos de extrema derecha, los programas de las organizaciones populares y de cuantos colectivos intervienen en la esfera político nacional.
Tercero, la llamada a la conversión personal y a la liberación colectiva, que debe materializare en un cambio de actitudes personales y en transformaciones estructurales profundas orientadas a la erradicación de la pobreza y de la injusticia y a la mejora de las condiciones de vida de los sectores más vulnerables de la sociedad salvadoreña.
Son constantes en sus homilías las llamadas a la reconciliación.  Sus homilías nunca justifican la violencia revolucionaria como respuesta a la violencia institucional del sistema.  Romero distingue perfectamente las fuerzas populares de los grupos guerrilleros.
(“San Romero de América” página 49)























5.    HASTA DAR LA VIDA POR LOS POBRES DE SU PUEBLO
Sin el apoyo del Vaticano, con el desafecto del gobierno, los ataques de la oligarquía, y bajo la amenaza permanente del ejército y de los grupos de extrema derecha lo que vino después no podía ser otra cosa que la crónica de una muerte anunciada.
La fuerza que iba tomando su palabra de denuncia y de esperanza hizo que sus enemigos empezaran a tramar su muerte. No les bastaba ya las calumnias, y la difamación continua, las burdas ofensas en su prensa y en su medio de comunicación social y decidieron pasar a la acción sanguinaria, la muerte de la voz de los sin voz.
Monseñor sabía que esto iba a ocurrir.  Pudo haberse protegido con medidas de seguridad, pero ni las pidió ni las aceptó, porque su pueblo –sus pobres- tampoco las tenía.  Así, ratificó de forma inapelable su identificación y opción por los pobres, por su pueblo explotado y reprimido, indefenso y asesinado cada día.
Durante los 3 años de arzobispado de San Salvador tuvo que presidir numerosos funerales por sacerdotes, catequistas, líderes religiosos y activistas sociales que eran asesinados por los escuadrones de la muerte y por el ejército salvadoreño y solía afirmar: “Me toca ir recogiendo cadáveres”.
El mismo Romero fue profético cuando unos días antes de morir, declaraba a un periodista que le preguntó por su reacción ante las amenazas de muerte  que recibía y le contestó: “Si me matan resucitaré en el pueblo salvadoreño, un obispo morirá, pero la iglesia de Dios, que es el pueblo, no perecerá jamás”.
Fue asesinado por haber ejemplificado con su vida y su testimonio, con hechos y con palabras, los valores morales de la justicia en un país donde reinaba la injusticia estructural; de la paz en un país donde reinaba la violencia institucional; de la solidaridad, en un país donde las mayorías populares sufrían la pobreza y la marginación social; de la vida, en un país donde la vida de los pobres carecía de valor y se podía prescindir de ella impunemente.
(“Oscar Romero obispo de los pobres” página 51)

Vídeo: “Homilía del 3 de marzo”

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